
Juego de Tronos, o el tema del final

Por Redacción Flor azul
Se discutió y dialogó en foros, redes sociales y medios de comunicación tradicionales. Desde decepcionante, pasando por aceptable y llegando al paroxismo de excelente, son las opiniones que se han escuchado, expuesto con mayor o menor solvencia de argumentación. Se ha puesto en valor el desarrollo de los personajes, el arco argumental, la trama, los temas, incluso se ha hablado de la construcción narrativa que el autor hizo a partir de un período de la historia de Inglaterra. Algunos, incluso, se hundieron en la reyerta entre cine y literatura, hablando de los tiempos, los recursos, las presiones, las productoras y las editoriales.
Pasó Juego de Tronos, la serie televisiva de HBO basada en la novela Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin, que entretuvo a su público desde el 2011 hasta el 19 de mayo último. Sí, pasó una serie más de televisión basada en una novela. Terminó pero todavía se habla y se seguirá hablando de ella por un tiempo, mejor dicho, se seguirá hablando de su final. Y ahí, al menos para la entidad de esta nota, está el punto que deseo abordar: el tema del final.
¿Cuánta importancia tiene el final en una novela? ¿Es cuantificable? ¿Importa el final? ¿Tiene la misma importancia el final para un lector tanto como para el escritor? Y mejor, ¿existen distintos niveles de finales según los temas o argumentos planteados en las novelas?
Estas son algunas de las preguntas que podemos hacernos a la hora de pensar qué motivó más la discusión sobre el final de Juego de Tronos. No nos importa, al menos de momento, indagar o poner en análisis la serie televisiva o la novela de George R. R. Martin, no. Tomémosla sólo como un ejemplo para empezar a pensar la importancia del final en el texto literario.
Podríamos inferir que la necesidad de colocar un punto final ya supone, al menos, dos inquietudes: la del autor y la del lector.
Al comenzar a planificar una obra, el escritor sabe que se encontrará de manera inevitable con una expresión de lo finito, como de aquello que debe concluirse y que no arrojará, para él, ninguna otra alternativa más allá del final establecido. Es cierto que luego, cada lector, construirá posibilidades siguientes, pero todas serán aproximaciones, cábalas, juegos de probabilidades.
Para el escritor ya no habrá nada. Es por eso que el final, para él, no sólo constituye una angustia por el texto que ha de partir, también es la preocupación constante en la búsqueda de que esa partida, esa
muerte de las posibilidades narrativas, se agote en la mejor opción dentro de las pergeñadas. Indudablemente todo eso nos indica que, para el autor, el final, su final, es importante.
Ahora bien. ¿Pero qué sucede con los lectores? Entendemos que con cada lector existe una nueva lectura que otorga aspectos distintivos a cada obra. ¿Pero todos los lectores esperan el final como un hecho determinante, compensatorio de las expectativas depositadas en el texto? Intentemos buscar una respuesta a esta incógnita.
Julio Cortázar solía afirmar, según le refirió un amigo, que el método de impacto, es decir, la forma en que una obra va ganando la empatía del lector hasta derrotarlo y hacerlo carne con lo narrado, se asemeja a un pelea de boxeo. Julio dijo así: “Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout.”
Entonces, si dicha competencia debe ganarse de modo diferente dependiendo del formato abordado, ¿podríamos inferir que el final posee una incidencia diferente dependiendo de las necesidades del texto? Puede ser una posibilidad cierta, incluso parece no dejar dudas en el caso del cuento. ¿Pero qué pasa con las expectativas del lector en una novela? ¿Basta con ganar por puntos? Es evidente que un buen final, además del desarrollo de la novela, dará un golpe decorativo que termine por redondear los doce rounds con espectacularidad. Pero sabemos que eso no siempre pasa, son pocos los casos en que una novela logra ese efecto final, como es el caso de Fahrenheit 451, de Bradbury o el de La última Legión, de Valerio Massimo Manfredi, por citar, arbitrariamente, dos ejemplos.
Permítaseme tomar en consideración lo que Alberto R. Suárez ha referido en esta misma revista (nota que los invito a leer) sobre la función de la lectura. Dice Alberto: “leer es, en definitiva, el acto de emancipación capital, es ejercer la libertad más pura, más auténtica, una libertad verdadera desligada de los mandatos de una sociedad sólo capaz de dar pequeñas concesiones de albedrío.”
Entonces, si lo que busca el lector, es la libertad, la emancipación que viene dada por el proceso de la interpretación del texto, en definitiva del disfrute del andar: ¿podemos pensar que vale tanto más el camino que el final? ¿Que de alguna manera el camino en una novela termina siendo lo más importante, porque en algún punto, además, el final determina la pérdida de esa emancipación? De manera que el lector que se siente decepcionado, disconforme con el final de un texto que ha disfrutado enormemente, ¿puede estarlo porque ha finalizado el viaje, un viaje que lo había liberado de tal modo y que al finalizar lo hace sentir tanto más prisionero de aquellas estructuras presumiblemente inamovibles? ¿Cuántas veces, terminada una novela, independientemente del final, nos acompaña durante días una sutil melancolía por lo perdido?
Es probable que no podamos responder del todo o de manera taxativa a las preguntas planteadas, pues siempre existirá (y debe existir) una repregunta. Pero tal vez logremos un acercamiento que tranquilice nuestra inquietud.
Me animo a inferir, entonces, que el proceso, el desarrollo de la novela obliga al escritor a buscar el final adecuado, lógico, para completar la construcción deseada. Un final que no desentone con el viaje que nos ha liberado, emancipado, y si ese final logrado genera un golpe de knockout, al mejor estilo cross a la mandíbula (como decía Arlt), es porque el trabajo realizado previamente fue construyendo ese desenlace inevitable
.
Al lector, por su parte, le resultará difícil disfrutar de los finales, de conformarse con ellos, sin sentir, de alguna manera, cierta decepción por la libertad perdida. Es probable, además, que para aferrarse a ella, cada uno esgrima artificios de continuidad narrativa, inventando nuevas alternativas. Esto ha sucedido en gran medida con los seguidores de la serie Juego de Tronos, basada en la novela Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin. La disconformidad no viene dada tanto por el final en sí mismo, sino por la pérdida de la libertad ganada durante ochos años de emancipación.