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Hodgson y Lovecraft. En el nombre del padre

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Por Redacción Flor azul

 

Cuando se nos sugieren atmósferas opresivas, contextos bien definidos, mitos y horrores llegados de más allá del tiempo y el espacio, y todo ello conjugado con una prosa sobrecargada, envolvente y de indudable magnetismo, es normal, preciso, que de nuestros labios brote en forma de susurro el nombre de Howard Phillips Lovecraft. El autor de Providence, mejor dicho su obra, es un fenómeno que ha despertado intenso interés y suscitado largos debates entre admiradores y detractores a lo largo de la segunda parte del siglo XX.

Escritor considerado de culto durante los años sesenta y setenta, pasó en los ochenta y noventa a ser uno de los autores favoritos de adolescentes y jóvenes, hasta transformarse en nuestros días en un clásico del cuento de terror y referente número uno del horror cósmico. El sistema tomó de él lo necesario y nos ha entregado colección tras colección de sus obras completas, bellísimos juegos de mesa, cartas, videojuegos, indumentaria, muñecos, tazas, en fin, toda suerte de artículos que son adquiridos por extasiados consumidores. Además, el cine aportó una prolífera lista de obras basadas en sus cuentos. Hace un año, en Argentina, el director Marcelo Schapces estrenó, con buena acogida, la película Necronomicón: el libro del infierno. Sí, Howard Phillip Lovecraft se lo ha ganado con justicia. Pero como dice Geoffrey Chaucer en sus Cuentos de Canterbury: “¡Basta, señor! Con lo que has relatado tenemos suficiente”. Mi idea no es detenerme en las delicias que nos ha dejado el autor de los saberes prohibidos y de los libros malditos, como lo ha inmortalizado Alberto Santos, o sumarme a la infausta discusión sobre su estilo y nivel literario. No. En esta pequeña columna intentamos revalorizar y difundir a los artistas u obras que por diversos motivos han quedado relegados en el pensamiento colectivo popular (fuera de los espacios que pertenecen exclusivamente a la academia).

Ahora, amable lector, usted se preguntará por qué he hablado del autor de Providence desde el comienzo de la nota, siendo él uno de los escritores especializados en terror que goza de enorme repercusión. La respuesta es sencilla, aunque no simple: hay vida antes de H. P. Lovecraft.

Le ha dado forma y contenido al horror cósmico, es cierto, pero no fue el primero en abordar tales temáticas. Mi intención es utilizarlo, mejor dicho, evocar el poder de su luminosa popularidad, para echar claridad sobre un escritor que influyó de modo directo e irremediable en la gestación del horror cósmico. Estoy hablando del británico William Hope Hodgson.

 

Lovecraft, en su ensayo titulado El horror sobrenatural en la literatura, nos dice de Hodgson: “De estilo indiferente, pero en ocasiones tremendamente poderosas en sus visiones de mundos y seres que acechan bajo la superficie de la vida, es la obra de William Hope Hodgson, menos conocida hoy en día de lo que se merece.”. Con esa reflexión, Lovecraft deja por sentado que ya en su tiempo la obra de su colega estaba poco valorada. Intentaré, pues, arrojar un poco de luz sobre este autor inglés que merece, sin duda alguna, ser posicionado en un estrado más elevado dentro del reconocimiento popular.

 

William H. Hodgson nace en 1877, en una pequeña aldea del condado de Essex, en Inglaterra. Perteneció a una familia numerosa, signada por la desgracia y la fatalidad. Tres de sus hermanos murieron de niños, experiencia que se vio luego plasmada en algunos de sus textos. Debido a la profesión de su padre transcurrió su infancia y parte de su juventud en diversos pueblos de Inglaterra, incluso llegó a vivir en Irlanda, en donde posiblemente se inspiró para escribir, acaso, su mejor obra: La casa en el confín de la Tierra. Repartió su vida entre dos pasiones: el mar, al que amaba tanto como temía, fuente de inspiración continua, y a la escritura, a la que volcó sus mejores esfuerzos en la última etapa de su vida. La Gran Guerra se lo arrebató a su esposa Betty, silenciando así una de las mejores plumas inglesas que abordaran el relato de horror y fantástico.

Buen poeta, mejor narrador, Hodgson transitó varios caminos en la literatura. Trabajó el cuento realista, el costumbrista y el fantástico, pero su fuerte ha sido sin dudas el relato de terror. Sus obras fundamentales, aquellas que conforman su columna vertebral, son: Carnacki, el cazafantasmas, cuentos policiales desde una óptica paranormal; El reino de la noche, texto que se presenta como realista en un comienzo y que muta con el discurrir de las páginas hacia un auténtico viaje de ciencia ficción y horror cósmico imposible de abandonar, completamente cautivador para el lector; y La casa en el confín de la Tierra, su obra maestra, la semilla del subgénero que más tarde desarrollarán H. P. Lovecraft y tantos otros. 

El poder en los textos de Hodgson reside en el magistral manejo de la expectativa, de los estados de ánimo de los personajes que se conjugan con el gusto y placer que el lector experimenta al realizar el derrotero del texto, en ese camino por intentar descubrir qué sucede, qué es lo oculto, aquello que se nos presenta desde más allá del tiempo y espacio, ajeno a nuestra realidad, totalmente imprevisible y donde no cabe posibilidad de imaginar un desenlace, como podría suceder en cualquier otro texto de horror o misterio interpelado por situaciones aberrantes, siniestras o fantasmagóricas, pero que pueden ser, asimismo, comunes, cercanas o, a lo sumo, antes leídas.

Como narrador casi confidente, Hodgson nos invita a dar un lejano paseo, nos conquista para mirar los senderos que parten hacia más allá del tiempo y el espacio, a lo infinito, al vértigo de un universo que, aunque imaginado, no deja de resultar ominoso y contundente. Puedo asegurar que quien se adentre en sus páginas va a necesitar, de tanto en tanto, levantar la vista del texto y mirar a su alrededor para contactar con la seguridad de la habitación mundana que lo rodea, sentir el calor de la taza de café que está bebiendo o aspirar el aroma de las páginas del libro que está disfrutando.

En definitiva, aventurarse en la literatura hodgsoniana es desafiar la seguridad de las cosas que nos atan a nuestra pequeña e ignorante realidad con el riesgo de perdernos para siempre y sin remedio, al ser atraídos, seducidos, por el placer que causa la lectura del inquietante horror cósmico. Así le sucedió a H. P. Lovecraft cuando lo leyó, y hoy, cien años después, también le sucederá a usted.   

Cuentos de W. P. Hodgson

LFA

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La Flor Azul

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