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Michael Burt. Ficción de un escritor inasible

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Por Redacción Flor Azul

 

 

Durante los últimos años de la década del veinte, Antonio Gramsci en sus Apuntes Carcelarios decía que la novela policial había nacido sobre los márgenes de la literatura. Descendiente del folletín en sus manifestaciones primitivas, configuraba un fuerte punto de anclaje en la recepción y el modo de lectura de los sectores medios y populares de la sociedad. Ese análisis iba en sintonía con la recepción de la novela policial en el mundo literario, donde se la consideraba un producto de poca monta, paraliterario, “pulp fiction” .

 

Con respecto a ello, Borges decía que “Toda novela policial que no es un mero caos consta de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos, pero que el novelista –perversamente– demora hasta que pasan trescientas páginas”. Esto no le impidió, sin embargo, su encono apasionado para impulsar la popularización de ese género considerado hasta entonces como “menor”.

 

Así fue que en febrero de 1945 nace en Argentina El Séptimo Círculo, una colección de novelas policiales dirigida por el propio Borges y su entrañable par literario Adolfo Bioy Casares, luego de un arduo trabajo de persuasión para convencer a la editorial (Emecé) sobre las ventajas de esta publicación, haciendo a un lado la ausencia de prestigio del género. Desde los años treinta, Borges venía publicando notas sobre el policial, pero El Séptimo Círculo estaba lejos de ser la puesta en práctica de los criterios expresados en aquellas notas.

 

No hablaremos aquí de los 366 volúmenes que lo integran, publicados entre los años 1945 y 1983. Tampoco de la selección de los primeros 120 tomos en los que tanto Borges como Bioy participaron tan activamente. Sin embargo, resulta curiosa la ampliación de los criterios para elegir el material de esos primeros 120 volúmenes, ya que aparecerán allí ciertos títulos que trabajan en los bordes de la literatura fantástica como El maestro del juicio final de Leo Perutz y fundamentalmente la obra del enigmático e inasible escritor Michael Burt: El caso de las Trompetas Celestiales.

 

Una breve sinopsis de la obra pondrá de manifiesto a un novelista, Roger Poynings, que mientras se dispone a tomarse unas merecidas vacaciones luego de su último libro, se encontrará con misterios reales de naturaleza tal que superarán incluso los planteados por él en sus novelas. Alguien ha robado las trompetas de los ángeles de la iglesia de Sussex; hay testimonios de que se han visto brujas volando en la noche. ¿Existe una fuerza maléfica detrás de esto? ¿Se trata de una fuerza humana o inhumana? ¿Es obra de una hechicera, un espíritu, o del mismo Lucifer?

 

El caso de las trompetas celestiales es una novela fantástica y de una calidad narrativa deliciosa, donde su autor combina con maestría los elementos del policial, de la teología y el ocultismo y hasta de la metafísica para dar cuenta de una verdadera pieza literaria. El problema surge cuando intentamos acercarnos, de algún modo a dicho autor.

 

De Michael Burt escritor se ha dicho poco. Las reseñas sobre su vida no abundan. Los enlaces para capturar algo sobre su obra se pierden en el vacío y el silencio. Los datos aportados por la editorial son, cuanto menos, escasos. Se lo referencia como el autor de otras dos obras El caso de la joven alocada y El caso del jesuita risueño que completarán la trilogía publicada por Emecé bajo la estricta mirada de Borges y Bioy, con los números 95 y 98 respectivamente de El Séptimo Círculo. Allí, unas breves líneas nos dicen que es inglés, católico y  lector de Chesterton. Datos inconducentes. ¿Quién era en verdad Michael Burt?

 

La identidad de este personaje es realmente escurridiza. No hay tomos en donde aparezca una referencia clara sobre su obra, mucho menos una biografía que dé algo de luz al asunto. Muchas veces se lo confunde con artistas variopintos, que al ser homónimos se prestan a este curioso subterfugio. Páginas web y eternos enlaces hacia la nada coronan ésta búsqueda casi inverosímil. Michael Burt no aparece, es una sombra. ¿Es una sombra? Y en tal caso, ¿de quien?

 

Algunos, en un paroxismo detectivesco acerca de algún dato de relevancia, han aventurado con la idea alucinante de que Michael Burt nunca existió. No al menos en el mundo sensible, sino que se mantuvo cautivo siempre en el mundo ideal, el de las ideas de aquel que lo pensó: el propio Borges. Claro que estas inquietantes formulaciones tienen un asidero fantástico, uno incluso que podría anclarse en las formulaciones del doble y del otro imaginario con que Borges nos invita a lo largo de su propia obra.

 

En “La memoria de Shakespeare”, por ejemplo, Borges nos introduce en la historia de un hombre al que se le concede la memoria del poeta inglés. A partir de allí, se produce algo del orden de la unión o fusión entre ambos, donde el protagonista (erudito de la literatura inglesa) se va transformando poco a poco en la voz del poeta insigne, mimetizándose, recuerdos mediante, con aquel hasta convertirse, acaso, en una parte de él, en lo que Shakespeare representa.

 

Pero la idea de que somos aquello que hemos leído, de que toda la literatura es una, parece en esta nueva conflagración suscitada por lectores enfebrecidos, subvertirse. No habría aquí un autor que nos transforma, sino que mediante las lecturas propias, y a través de ellas, creamos una imagen virtual, fantástica acaso de un autor que bien pudo decir lo que nosotros decimos. Esta idea, propia de maquinaciones borgeanas, fue tomando tal relevancia que Michael Burt se convirtió en poco menos que un mito. ¿Quién escribió esa trilogía maravillosa que Borges y Bioy dan a conocer?

 

En otro de sus cuentos, “La espera”, Borges propone un paso más en el abordaje del relato policial. Allí nos cuenta la historia de un oscuro personaje que está escapando de la muerte, por algo que hizo a alguien. Jamás aborda esos detalles, tan necesarios para la realización del policial. Esa vaguedad es narrada por Borges de manera significativa, ya que irá dejando pistas en el relato para que sea el propio lector quien las averigüe por su cuenta y de esta manera le dé sentido a la historia. Por ejemplo, cuando nos dice que Dante hubiera colocado al protagonista en el noveno círculo: de allí se infiere que nuestro protagonista es entonces un traidor, motivo por el cual, se supone, alguien le quiere dar muerte. Este juego críptico se repite sistemáticamente en el relato.

 

Acaso un relevamiento por la obra del escritor argentino nos ayude a descifrar este enigma. ¿Cabe entonces la idea de un escritor creado para decir aquello que rondaba en la cabeza de aquel que lo crea? Ya desde el principio, el narrador y protagonista de la historia es, a la vez, un escritor. Borges se convierte así, él mismo, en sospechoso, una especie de Shakespeare que lega su memoria y su decir a un escritor ya no ignoto, sino inasible, del que sólo (y por suerte) nos queda su trilogía, y unas breves líneas inconducentes, que nos permiten afirmar a Michael Burt como un escritor realmente fantástico.  

LFA

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La Flor Azul

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