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Rizoma y Mariana Enríquez

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Por Sofía Martínez Yantorno - Colaboradora

En una materia de tercer año de la facultad, una profesora muy grosa nos trajo un texto demencial de Deleuze y Guattari: Mil mesetas, parte de la obra Capitalismo y esquizofrenia. Una de las fotocopias que más marqué ese cuatrimestre, con mucho resaltador, notitas al costado, signos de exclamación y calaveritas de agotamiento dibujadas en birome. Texto bastante complejo, no vamos a mentir, pero la idea filosófica de rizoma, el concepto filosófico, es fabulosa. Una forma de entender el mundo, la sociedad, el todo, como ese lugar florecido, múltiple, lleno de interconexiones locas. Salir de la idea de que hay un centro y jerarquías estables –un poco quizás en la línea de las redes de poder de Foucault– y empezar a pensar el conocimiento de lo que nos rodea en esa forma monstruosa, no lineal, del rizoma. Tanto al mismo tiempo, todo “haciendo máquina”, todo en conexión con todo. Significa abandonar un poco ese esquema cuadradito por el que solemos llevarnos, según el cual hay algún tipo de orden que rige y organiza este caos en el que vivimos.

Tan absurdos, los seres humanos y nuestra pretensión de control, nuestros rituales de seguridad y nuestros sistemas, que inventamos para facilitarnos un poco la vida y terminan siendo nuestro dios regidor. Levantarse a la mañana para producir dinero, casarse, o las normas que vos elijas en pos de ser alguna especie de ciudadano de bien. Las reglas de tránsito… ¿Hay algo más estúpido y cristalizado que las normas de tránsito? La seguridad aeroportuaria. Las inmobiliarias. Comprar un territorio. Comprar. Un territorio. Mediante un papel. Un papel mágico que te da posesión sobre un pedazo de este mundo ¿Hay realmente alguna forma de ser dueño de la tierra? Y sin embargo alguien con un papel intercambiado por otro dice que es así. Ridículo.

Quizás por eso nos gusta Mariana Enríquez. Nacida en el 73, periodista, escritora, artesana del terror.

Cuando leí los primeros dos cuentos de Los peligros de fumar en la cama, lo primero que hice fue escribirle a un amigo para decirle

“estimado, Mariana Enríquez está sobrevalorada”. Me pareció una prosa algo estéril, simplista quizás, con tramas poco logradas. Tengo que decir que fui un poco boba al creer eso.

La prosa de Mariana es despojada y simple, sí, mas no por ello simplista; es ahí, probablemente, en esa diferencia, donde está la gracia. No es casual que elija ese estilo, al menos yo no creo que lo sea. Te tira

un cuento como El desentierro de la Angelita, donde hay una bebé muerta que te sigue a todos lados; o El carrito, cuento de la hostia en el que toda una fucking sociedad se desarma bajo el influjo de un cartonero; y vos pensás “¿qué demonios es esto?”, hasta que te cae la ficha y captás que el encanto está en lo no dicho, en el silencio sutil.

 

Se trata de un terror cruel, pero no explícito; quiero decir, no es que se apoya en el recurso obvio de la descripción medio gore o cruda, no. El efecto se produce por las ideas que subyacen. El miedo lo produce la desacralización, el pensar o presentir que nada es seguro, que todo es horriblemente rizomático. La idea aterradora de que no hay nada certero ni a salvo, ni siquiera el cuerpo de una nena que murió, ni tu posición social que puede desaparecer, ni las normas sociales que indicarían que no está del todo bien dejar a dos amigos ser devorados por perros salvajes sólo porque el chico no te dio bola. No importa que en la vida real tu familia no sería tan forra de cargarte con una maldición para salvarse de manera egoísta. Lo que importa es que vos  sabés o presentís que Deleuze y Guattari algo de razón tenían, cuando decían que las jerarquías no existen en realidad y, por ende, nada está  cristalizado e inmutable… todo puede pasar.                 

 

Quizás no te va a atrapar una horda de fantasmas de nenes violados y podridos, pero sí sabés que las redes de trata están ahí, son reales y quiebran todo tipo de pacto social. Los perros salvajes no van asesinando adolescentes por ahí, pero tus amigos pueden traicionarte. No hay una fantasma que va a atraparte en el mirador de un hotel, pero todxs fuimos víctimas alguna vez de las pastillas o del desamor más cruel, o de ambos.

¿Sabés qué es quizás lo mejor? Que no te lo da premasticado, ella escribe, y si la cazaste la cazaste y si no… bueno, qué pena contigo. Contra eso no hay mucho más que decir, es una escritora que te gusta o no te gusta, sencillo. Yo, personalmente, pertenezco al primer grupo.

Mariana, Chapeau.

Cuentos de M. Enriquez
 

LFA

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