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"El Extranjero" - Novalis (1793)

Poema y análisis

 

                               

 

 

El extranjero

Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
soplan que en tu patria, y más libre
en otro tiempo se alzaba el pecho joven.

 

¿No expandía la vida allí su colorido
por el campo sereno y la eterna primavera?
¿No tendía allí la paz sus densos hilos?
¿No florecía allí eternamente lo que una vez brotó?

Oh, buscas en vano. Se ha hundido 

aquella tierra celestial. Ningún mortal
conoce ya el sendero inaccesible
que el mar ha sumergido para siempre.

Muy pocos de los tuyos han logrado
ponerse a salvo del feroz oleaje. Están dispersos
aquí y allá, y esperan
mejores tiempos para reencontrarse.

Ten voluntad y sígueme. Te ha sido
favorable el destino que aquí te ha conducido.
Gentes de tu tierra hay aquí, y que en silencio
celebran una fiesta entrañable.

No puedes sin embargo entender cómo sus corazones
allí se unían. Ves brillar en sus rostros
inocencia y amor, igual
que en otro tiempo allí en la patria.

Más clara se alza tu mirada. La tarde se despliega
como un sueño amistoso, y transcurre veloz
en dulce charla, y entre tanto
tu corazón se funde con la bondad que reina.

Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra
a la que pertenecéis se siente desterrado. Horas sombrías
han pasado por él. Muy pronto
se ha acabado para él el día feliz.

Con gusto permanece entre los suyos.
Feliz celebra entre ellos la fiesta del hogar.
La primavera, que fresca florece
en torno de sus padres, le cautiva.

Vuelva a celebrarse la fiesta entre nosotros,
antes de que la madre, disgustada, se aleje

de los hijos que lloran, y por sendas oscuras
siga al guía que la lleve a la patria.

Que el hechizo que estrecha vuestro lazo
no ceda, y los que lejos están
lo disfruten también, y todos juntos
caminéis felices por un mismo camino.

Esto es lo que el huésped desea, pero ha hablado el poeta
en su lugar, porque prefiere permanecer callado
cuando está contento y anhela la venida
de los seres que quiere y que están lejos.

Permaneced amables con el extranjero.
Escasas alegrías le están deparadas.
Rodeado de personas amigas espera con paciencia
el día de su gran nacimiento.

“El Extranjero” fue escrito en el año 1793, año paradójico, ambivalente, que se debate entre la libertad y el Terror. El Romanticismo, cuyos integrantes adhieren férreamente a las ideas de la Revolución Francesa, encontrará en esta época un condimento más para preguntarse sobre la naturaleza de las cosas y la libertad del espíritu que influye en ellas.

Sin embargo el poema es publicado recién en 1802, ya póstumo, en la primera edición de la obra completa de Novalis, donde las innumerables “fallas e incongruencias” de esta edición determinará que también ella le sea extraña al gran poeta.

El poema nos habla de la característica indispensable del artista: el extrañamiento. Sin la capacidad de la perspectiva, de sentirse a veces un forastero incluso en su propia tierra, el artista determina su patria en conjunto con aquellas almas sensibles con quien podrá, acaso, compartir algo de su virtud perceptiva: “Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra a la que pertenecéis se siente desterrado”, indicará no sin nostalgia el poeta.

El extrañamiento produce perspectiva, ciertamente, pero también, para Novalis, insondable soledad: “Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces adaptado a este cielo. Vientos más calientes soplan que en tu patria”. Pero es una soledad que no consiste en la ausencia, no son las personas en derredor o la falta de ellas las que imprimen el sello de la melancolía, sino, como afirmara Carl Jung, es el "no poder comunicar las cosas que a uno le parecen importantes, o de callar ciertos puntos de vista que otros encuentran inadmisibles”.

Si el Romanticismo es el resultante de la reacción contra el espíritu extremadamente racional de la Ilustración y el Clasicismo, entonces “El Extranjero” se erige como un poema desgarrador, no en términos emocionales, sino como una pulsión interna que descorre, que desgarra el velo de una realidad opresora y agobiada a la vez por la ilusión racional. Una vía de escape, acaso, hacia los verdes prados de la libertad.

LFA

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