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"Oscuridad" - Martín Carbonetto (2015)

Relato y análisis

Oscuridad

 

Si usted transita mi casa, la que fue de mis padres y antes de mis abuelos, notará el estilo Luis XV que se mantiene en todos los ambientes. Advertirá además, que algunos muebles son originales y valiosísimos, pero que la mayoría son reproducciones. También, estoy seguro, verá que poseo en las salas como el living varios cuadros que despertarían la codicia de un coleccionista. Por otro lado apreciará,  dispersos en los amplios salones, adornos de buen gusto, cortinados pesados, acogedoras alfombras, candelabros de bronce, fuentes de plata y alguna que otra escultura, sobre todo en las antecámaras o en los vestíbulos que dan hacia las escaleras. Continuando con la recorrida, al detenerse frente a mi orgullosa biblioteca, verá cuán buenos son los volúmenes que atesoro, cuán antiguas son algunas de aquellas obras y sus encuadernaciones y, si observa con sumo detalle, podrá deleitarse no sólo con el meticuloso orden en que están colocados (géneros, autores y años en que fueron escritos) sino también, aunque requerirá para ello algo más de conocimientos por su parte, que de cuanto autor se ve no falta obra alguna.

 

Todo eso lo notará con mayor o menor interés, pero hay otra cosa que no escapará a sus sentidos, por ser justamente susceptible de observación y extrañeza, algo que hasta hace muy poco no formaba parte del decorado general y que es de mi absoluta responsabilidad. En todos los ambientes, en cada rincón, he instalado centenares de lámparas eléctricas y de aceite, veladores, algunos reflectores, velas, e incluso, aunque suene disparatado, antorchas. En mi residencia, desde hace un tiempo, no existe la oscuridad, no hay un mínimo de oscuridad sobre ningún sector. ¿Que si he tenido un sueño, una pesadilla? No lo llamaría así. Pero le decía. He estudiado cada haz de luz que se desprende desde el exterior con cada momento del día, en cada estación del año, para cada circunstancia climática posible y, sobre todo, estudié cada fotón que es arrojado por las luces artificiales al llegar la noche, realicé al menos un millar de cuentas y ecuaciones con el único fin de mantener las luces en el mayor equilibrio posible, sin que nada pueda proyectar una sombra demasiado profunda.

 

Usted se ríe, claro. Permítame terminar de contarle y sacará sus propias conclusiones. Si bien esta obsesión parece ser propia de un loco, no corresponde a una enfermedad; esa esperanza no existe. Es un medio de supervivencia, una necesidad imperiosa para evitar revivir el horror que he sufrido. Veo que lo escandalizo, pero créame que después de lo que le contaré, usted podría comenzar a tomar en mayor consideración los llantos de los niños por las noches cuando se los deja en sus cuartos a oscuras. Dicen que cuando somos pequeños poseemos un nivel de percepción que vamos perdiendo a medida que maduramos o comenzamos a ser más lógicos. Sin embargo ahora creo que en realidad lo único que nos salva de la locura es el olvido, olvido de cosas que no queremos volver a ver.

 

Escúcheme, preste atención. Fue una noche de invierno, no recuerdo la fecha. Había cenado luego de un largo día de trabajo en mi escritorio, y pronto me fui a la cama. Me recosté y apagué la luz luego de intentar leer unos párrafos vaya uno a saber de qué libro inútil. Instantáneo fue el momento en que me rodearon las tinieblas de mi habitación.

 

Estaba alcanzando el estado de duermevela cuando comencé a sentir un leve cosquilleo en el rostro, común, muy similar al que podría causar el roce de un pelo de la barba contra las mantas. Me moví de lado, pasé mi mano por la mejilla para quitarme la residual sensación de picazón y continué en lo mío. Sin embargo, instantes siguientes, ya con los ojos pesados, percibí un sutil movimiento de las sabanas contra mis piernas, como efectuado por otra fuerza que no provenía de la inmovilidad de mi cansado cuerpo. Fue casi imperceptible, un roce demasiado suave como para que me molestara. Por ello volví a darme vuelta y continué con el sueño, y esa vez de manera exitosa. Pero ¡ay!, cuántas de esas sensaciones nos albergan mientras entablamos batalla con el dios de la inconciencia y les restamos lógica importancia.

 

A la noche siguiente, por supuesto, volví a la impostergable rutina de conciliar el sueño. En esa oportunidad, desvelado, permanecí durante algunas horas leyendo en la cama, y cuando el cansancio llegó, apagué en acto maquinal la luz, quité el almohadón del respaldo y me relajé para pasar la noche. Fue allí cuando una corriente extraña de aire besó mis labios, demasiada fría. Noté entonces que tenía la ventana entreabierta (por suerte pienso ahora) y se lo adjudiqué a ello. Me incorporé para cerrarla y evitar un posible resfriado. Regresé veloz a las mantas en completa oscuridad y silencio. Me dormí, no recuerdo más. ¿Cómo? ¿El viento? No esté tan seguro, espere, aún no termino.

 

Todo aquello, ahora lo sé, sólo fueron advertencias, mensajes o certidumbres que yo no había tomado en cuenta, que nadie lo hace jamás. ¿Acaso me dirá que nunca sintió ese tipo de molestias, casi imperceptibles?

 

A la noche siguiente el frío me empujó más temprano de lo normal al amparo de las cobijas. Terminé el libro, pero no tuve ganas de levantarme a por otro, por lo tanto busqué de manera forzada un sueño que no tenía. Apagué la luz y permanecí con los ojos abiertos, pensando en cualquier cosa. Instantes seguidos comencé a notarlo. Vi cómo aquella oscuridad, la que nos envuelve a todos por igual en cualquier punto, que es la misma que compartimos sin quererlo, no está conformada sólo por insuficiencia de luz. No. En esa negrura hay otras luces, variaciones internas que si uno logra hacerlo con atención, notará que las sombras varían, moviéndose de un lado hacia otro. Pero lo que realmente me alarmó fue ver cómo, de pronto, el haz de claridad que ingresaba por la puerta desde el vestíbulo fue eclipsada de golpe, anulada, despojada de mi vista sin que nada ni nadie generase una sombra, como si algo (debo llamarlo así pues no podría definirlo) se interpusiese en mi campo de visión. No dudé y me lancé sobre el interruptor del velador, pero para cuando la bombilla se encendió, no puede notar nada fuera de lo normal, no hasta el momento de volver a apagarla. En ese instante comprobé que la claridad volvía a ingresar débil desde el pasillo. Qué fue aquello, se pregunta  usted. Créame que yo me pregunté lo mismo. Es cierto que no buscaba respuesta, y tampoco hubiese sabido qué hacer con ella, pero esos instantes de duda no son evitables. Sin embargo, y luego de aquellos interrogantes y con algo de temor por lo extraño del caso, pude dormirme.

 

Lo realmente terrible, y por lo cual hoy mi casa está amparada por la gracia de la luz, es lo que sucedió a la noche siguiente.

 

Me encontraba recostado, sin siquiera recordar lo vivido la jornada anterior, cuando a los minutos de estar en la oscuridad y acomodándome en mi lecho, volví a notar que la constante claridad que ingresaba a mi habitación era velada, como si alguna clase de silueta hecha de silencio y negrura se hubiese parado al pie de mi cama. Presentí, debo admitirlo, que algo me observaba desde las tinieblas, algo que no podemos ver o no se deja ver. Me paralicé por segundos, los latidos en mi pecho aumentaron, mi respiración se entrecortaba. Alcancé el interruptor, pero al accionarlo la bombilla no encendió. ¿Un corte de luz? Tal vez, aunque poco afortunado. Luego de algunos segundos observé cómo la tenue claridad volvía a ingresar. Sin embargo, algo había visto, estaba seguro de aquella presencia, pude distinguir la fantasmagoría materializada en la sombra. Nervioso tomé un cigarrillo, pero cuando lo encendí, cuando la cerilla arrojó un súbito fulgor en toda la estancia encegueciendo mis dilatadas pupilas por segundos, al cabo de ello, vi a escasos centímetros de mi cara algo parecido a un rostro, algo a lo que siempre temí, algo innombrable e indescriptible que se agazapó y huyó profiriendo un doloroso aullido que hirió mis oídos y mi alma, que perturbó para siempre mi existencia.

 

Ahora sé que algo nos acecha en la noche, siempre, en cualquier lugar, desde tiempos inmemoriales, desde su perverso mundo de tinieblas y sombras.

 

Sí, así como lo escucha. ¿No me cree?, le sugiero que haga la prueba entonces. Esta noche, antes de dormir, apague la luz y espere, observe a su alrededor y verá, lo verá usted mismo.

LFA

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La Flor Azul

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